A BOA SOMBRA



"Una playa cerca, una casa sencilla y una buena sombra, y ya estamos dispuestos a acometer otro largo verano. "Los días de verano dormían a tu sombra", escribió Borges. "La sombra es apacible como una lejanía", dijo también, y dominó las palabras para que pudiésemos sentir el frescor de su refugio sin despegarnos del libro. Un porche, una terraza, una pérgola, un árbol, una haima... La sombra prometida nos aguarda a la vuelta de la esquina, como una memorable salvación, como una fiesta en medio de la aspereza de la tierra.
Vas a poner rumbo al mar, y allí te esperan mañanas perezosas, mil planicies azules, una muchedumbre de olas, y el respiro blanco de la espuma. Te espera la brisa marina con sus juguetones dedos, y las agitadas bocanadas de salitre, el zumbido extraño del silencio, y la plácida caricia del agua al abordar la orilla. Te reclama la vida simple, el deleite adscrito al perfume de un plato de sardinas y a la visión del atardecer desde tu vieja hamaca de mimbre. Te esperan muchos placeres, pero ninguno tan impagable como el de habitar en la penumbra protectora de un chamizo cuando la claridad muerde con sus implacables dentelladas.
Los griegos inventaron el mundo bajo la sombra benévola de una parra, y de ese modo lograron encontrarle una explicación casi perfecta. El enigma y las modulaciones de una sombra, su juego de claroscuros, son, dice Tanizaki en su libro "Elogio de la sombra", más bellos que la esencia misma de las cosas. En días de sol ardiente hallar la luz precaria de una sombra es una diminuta sensación indescriptible, un paréntesis de calma, un aclamado bien intangible, uno de esos retales mínimos de gozo de los que está hecho el tejido de la vida.
Montse Cuesta, Directora AD

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