QUIZÁS, QUIZÁS, QUIZÁS

"Ayer, en un noticiero de la tarde una mujer muy angustiada aseguraba que su hijo no era traficante, que había sido criado en el seno de una buena familia, y que siempre había sido el mejor alumno, un hijo generoso y un hombre de bien. Que, en todo caso, si se había transformado en un delincuente era por culpa de su esposa. "Esa mujer lo cambió", repetía la señora, entre llorosa y colérica, con la convicción absoluta de que su nuera era capaz de degenerar hasta el hombre más noble.
Y no es la única, por supuesto. Hay una suerte de mito popular que le otorga a la mujer un halo estratega y manipulador. Sin ir más lejos, cuando un grupo de música se separa, siempre acusan a la mujer de alguno de sus miembros. Cuando un amigo deja de salir con sus pares, la responsable es la esposa que ya no lo deja. Cuando un hombre se declara en bancarrota, todos suponen que hay una novia gastadora que lo fundió. Cuando hay un deportista que no entrena hay siempre una chica en su cama la noche anterior. Real o mito, hay muchos hombres en el cine, la literatura, la historia y la vida real que pierden todo por una mujer. O al menos, eso dice la gente.
Y algo de cierto hay. Ejemplos sobran. Al parecer, para las mujeres los hombres cambian por dinero o por amor. Como Armand Duval en la "Dama de las Camelias" o Sam Rothstein en "Casino" de Scorsese, o Paris con Helena de Troya o el caso de la inteligentísima Ana Bolena, quien persuadió y convenció a Enrique VIII para que cortara relaciones con el Vaticano y realizara una reforma protestante en Inglaterra sólo para poder casarse con ella.
Sin embargo, al mismo tiempo, en las conversaciones femeninas aparece otra idea con la misma fuerza: que los hombres son incapaces de cambiar. Quien nace mujeriego muere mujeriego. Quien es irresponsable siempre será irresponsable. Y el que es desconsiderado y egoísta jamás será un marido dedicado o un padre protector. La historia también está llena de ejemplos de hombres que no pueden ir contra su propia naturaleza. Sin ir más lejos, luego de hacer la reforma protestante, Enrique VIII le cortó la cabeza a Ana Bolena por el mismo motivo por el que había dejado a Catalina de Aragón: no darle un heredero.
Entonces ¿cuál es la verdad? ¿Son ciertas sus mitologías o las nuestras?¿Podemos hacerlos perder una fortuna, dejar el rock y entregar el reino de Inglaterra pero no podemos hacer que dejen de tirar la toalla mojada en el piso? ¿Qué tienen Ana Bolena, Wallis Simpson, Lady Macbeth, Cleopatra, Carmen o Julia Domna que no tengamos nosotras?
Famoso es el caso de Julia Domna, esposa de Septimio Severo, que llegó a acompañar a su marido en las campañas de conquista, cuando el resto de las mujeres esperaban a sus maridos en Roma. Agripina, madre de Neron y Calígula y nieta de Augusto, quien tras enviudar, acusó de traición a Tiberio, conspiró y organizó camarillas contra sus rivales y llegó a matar para ubicar a su hijo como emperador, determinando gran parte de la historia de Occidente. Cleopatra, la última reina egipcia fue amante del hombre más poderoso de Roma, Julio César y enamoró locamente a Marco Antonio.
Otros ejemplos son Mata Hari, una bailarina exótica y espía holandesa que enamoró y manipuló a varios funcionarios y soldados para sacarles información confidencial; Dalila, filistea que convenció al mejor guerrero de su pueblo enemigo, Sansón, para que cortase su cabellera y perdiera toda su fuerza o, la mismísima Eva, que nos condenó a perder el paraíso al seducir a Adán.
Realidad o ficción, historia antigua o chisme actual, la verdad es que muchas veces las madres tienen razón. Aunque nosotras no logremos que levanten la tapa del inodoro, existen hombres capaces de hacer cualquier cosa por el amor de una mujer. Quizás sean ellos, quizás nosotras, o quizás los dos. Quizás no existan los hombres capaces de cambiar, pero sí mujeres capaces de cambiarlo todo. Un hombre, un grupo de música, una guerra, o por qué no, la historia de un imperio.
Bestiarias. Relatos de mujer

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