PIPPI, MATILDA E PUNKY: AS NENAS SEN NAI
"Pippi Långstrump
va hablando con su madre. Le han dicho que es huérfana —entre otras
muchas cosas—, que su madre está muerta. Pero Pippi sabe que no, sabe
perfectamente que su madre está en el cielo, y por eso de vuelta a casa
le va contando lo que ha hecho durante el día. Un absoluto desastre, eso
es lo que ha hecho durante el día. O al menos a ojos de los demás, esos
seres civilizados y elegantes, vestidos con calcetines parejos y ropa
limpia. Sus amigos la han invitado a merendar a casa, y ella se ha
puesto nerviosa, porque nunca la han invitado a casa de nadie, ni a
merendar ni a nada, y pasa lo que ella creía que iba a pasar: que no ha
sabido comportarse. Pippi es una persona extravagante y las señoras que
toman el té la miran con lástima, porque Pippi a la fuerza da pena: vive
sola con un caballo y un mono, su padre es pirata y no lo ve nunca, y
su madre está muerta. Visto así, es normal que las vecinas la miren con
compasión. Pippi ha probado los pasteles con los dedos, ha volcado
copas, ha tirado de la alfombra hasta hacer caer a las señoras que
charlaban sobre ella. Ha avergonzado a sus amigos, que todavía no son
los Tommy y Annika que más tarde querrán escapar de casa y desobedecer.
Matilda
no tiene con quién hablar, porque su madre no está en el cielo, está
frente al televisor y la ignora. Lista, lista y más lista, ha nacido en
la familia equivocada aunque no se sepa cuál es su familia ideal. La
niña lee, suma y memoriza antes, mucho antes de lo previsto, y no tiene
el apoyo en casa que debería. No tiene un caballo ni un mono, por
ejemplo, con quien hablar, ni una madre ausente, idealizada. Cuando
Matilda va a la escuela o entra en una biblioteca, se da cuenta: eso es
lo que ella necesita. Ni compañía ni protección, sino libros que le
enseñen todo lo que no puede enseñarle la televisión de su casa,
encendida de forma permanente. Es rara, Matilda, para ser una niña tan
pequeña, pero como en todos los cuentos felices, da con su igual: la
profesora maternal, sola, dulce y guapa que la comprende y la ayuda a
conseguir lo que ella desea. Matilda no solo es lista, también tiene
magia. No es una magia como la de Pippi —su fuerza descomunal, la
capacidad de volar sobre su cama—, pero es también una magia divertida.
Consigue amedrentar a las profesoras del colegio malas y feas. Es una
magia inofensiva, igual que la inteligencia de Matilda, igual que su
madre adoptiva —su maestra.
Punky
Brewster no tiene ni una madre en el cielo ni una madre frente a un
televisor: tiene una madre que la ha abandonado, de quien sabe muy poco,
a quien empieza idealizando y acaba borrando de su vida de un plumazo.
No tiene un caballo pero sí un hombre que podría ser su abuelo
ejerciendo de padre, y tampoco tiene un mono pero sí un perro fiel e
inseparable que la acompaña desde que la dejaron en un supermercado a su
suerte. Punky es una niña tierna que se mete en líos infantiles
asumibles para los que la veían a los siete, ocho o nueve años. Son
meteduras de pata que quedan en nada si lo comparamos con viajar en una
cama voladora para rescatar a tu padre el pirata, encerrado en un
torreón y secuestrado por otros piratas. Punky es lista, pero no de una
inteligencia como Matilda. Es lista como son listos los adultos: maneja
las emociones y hace llorar a los telespectadores más sensibles. Juega
con esa pena que Pippi rechaza, con la que Pippi juega y le quita
hierro. A efectos prácticos, son dos huérfanas: a una nos la dibujan al
principio dentro de un melodrama y a la otra como casi una superheroína.
Las niñas raras
De
todos modos, a las tres les va bastante bien sin sus madres. En los
primeros capítulos de Pippi Calzaslargas sí hay alguna mención a la
madre, para poder presentar al personaje, para poder justificar que una
niña viva sola con dos animales: Pequeño Tío y Señor Nilson. A Matilda
le va infinitamente mejor cuando no está con su madre, y finalmente la
cambia sin soltar una lágrima por su profesora. Punky ha añorado a su
madre tres capítulos, después la ha sustituido por Henry. Si escarbas un
poco más, y ya no solo en Disney, te das cuenta de que las niñas sin
madre son muchas, y que a todas les va bastante bien con un mono, un
abuelo, un padre o una madre adoptiva. O solas. ¿Por qué? Las niñas son
niñas raras, niñas libres, y en las series o las películas, las madres
coartan esta libertad. ¿Qué pasaría si Pippi viviera con su madre? Que
le diría que se lavara los pies, como la madre de Annika y Tommy les
dice a sus hijos. ¿Qué pasaría si Punky viviera con su madre? Que su
madre no la dejaría cambiar toda la habitación a su antojo, o que le
diría que se pusiera los calcetines igual. ¿Qué pasaría si Matilda
viviera con su madre? Que estaría todo el tiempo viendo la televisión y
no leería ni un libro.
No,
ya. Hay más modelos de madres: quizá la madre de Pippi la dejaría volar
por el cielo en su cama, o la madre de Punky respetaría sus calcetines y
sus pequeñas meteduras de pata, o la madre de Matilda aceptaría que su
hija es demasiado inteligente para ver la televisión y le compraría
libros aunque ella no leyera. Es cierto, podría pasar, pero parece que
los autores de las tramas no veían tan compatibles la libertad de las
niñas con el instinto protector de las madres que tenían en sus cabezas.
Las madres deben desaparecer para que las niñas vuelen, salten sobre la
cama y desobedezcan a las directoras de los colegios. Henry, el padre
adoptivo de Punky, muchas veces se da cuenta de las cosas tarde,
mientras que la vecina que cuida de su nieta lo sabe porque es una madre
en potencia. Cuando Pippi escapa con Tommy y Annika, hay un momento en
que Annika le dice a Pippi que se lave los pies. Huían de su casa porque
la madre les ordenaba que se lavaran los pies, y a la mínima de cambio
Annika se convierte en una madre en miniatura y le pide a Pippi algo de
lo que ella está harta. Pero no importa: Pippi le da la razón, se
descalza y se lava sus pies, que lleva siempre negros. No importa que
las órdenes que aparecen de vez en cuando sean maternales: porque no las
da una madre.
Lo
que hace a estas niñas raras y libres no es la ausencia de madres, sino
la ausencia de normas. Y la maternidad parece sujeta, en el ideario
general, a las normas de convivencia. Sin madres, podemos respirar
aliviados y dejar a las niñas que sean quienes quieren ser. Son muy
pocas las madres que conviven con las niñas y las alientan, las madres
que en la ficción se vuelven niñas y se ponen a su altura: siempre hay
esa relación entre madre e hija, cuando se trata de dibujos, películas,
libros infantiles. Huérfanas, viven sin que nadie les diga qué deben
hacer, sin esa voz machacona de las madres de ficción. Quizá Punky es la
que tiene un modelo que se acerca más a lo maternal, porque Henry hace
su papel a su manera, pero es un papel de madre. Son raras, pero la
orfandad no las daña en absoluto, sino que las impulsa a un mundo de
imaginación, creatividad y diversión. En cuanto aparece una madre, se
fastidia: hay que cepillarse los dientes y acostarse pronto.
Las madres ausentes
En
la ficción nos sobran las madres, pues, pero no el instinto de
protección. Tommy y Annika, por ejemplo, están cansados de que su madre
les riña. Dicen que hagan lo que hagan —y los hermanos son de lo más
educados— su madre los castiga o se queja. La escena empieza con la
familia desayunando al aire libre, en una mesa del jardín. Los cuatro
perfectos —padre, madre, hijo, hija— toman sus zumos y sus tostadas,
pero el hombre debe marcharse a trabajar y los deja a los tres en cuanto
aparece Pippi con su Pequeño Tío de paseo. Annika está extrañamente
rebelde, y Tommy lee sin descanso un libro en el que unos niños se
escapan. Están cansados de que la madre siempre les diga que sí, que no,
les obligue a lavarse los pies, a limpiarse las orejas, a hacer los
deberes, a quitar las malas hierbas. El problema empieza, precisamente,
por las malas hierbas. Hace un día espléndido y la madre ha organizado
para ellos una limpieza de jardín. Annika se enfada y Tommy la secunda.
Amenazan con marcharse y finalmente se van. Pippi se queda con la madre
charlando, y la madre le pide a Pippi que escape con ellos, que
cuide de ellos. Le pide a Pippi que les haga de madre, que se queda más
tranquila cuando sabe que están con ella —aunque ella sea la misma que
se comportó como una salvaje en la merienda. Igual que en otro capítulo
en el que los padres se van de vacaciones y los hermanos se quedan con
Pippi: la antimadre. Pero el instinto está ahí, la protección maternal
no les falta, aunque tenga Pippi un concepto de la protección tan
distinto al de la madre de Tommy y Annika.
Punky
lo tiene solucionado, porque Henry es quien cuida de ella. Igual que
con Pippi, se habla de la madre al empezar para poder presentar el
personaje, pero después pasa a un segundísimo plano. A la vecina de
Punky también le ha desaparecido la madre, es otra huérfana más de las
niñas televisivas, y vive con su abuela. Pero Punky tiene una madre
que es un señor de pelo blanco, alto, ojos azules, de la tercera edad y
gruñón. Juntos están aprendiendo lo que es la vida: el viejo huraño
aprende de la niña, la niña vivaracha aprende del adulto excesivamente
responsable. Los amigos de Punky, en cambio, no son como los de Pippi.
Tommy y Annika van siempre con sus camisetitas planchadas y sus
pantalones impecables de colores pastel; los de Punky no tienen a sus
adultos diciéndoles lo que deben hacer, ni son tan repipis, ni tienen
tan claro lo que es el bien y el mal. Eso sí: ambas tienen los
calcetines diferentes y se visten andrajosas.
Las
madres ausentes de estas tres niñas son cada una de un modo: una está
muerta, la otra es una maleducada inculta y otra ha abandonado a su
hija. No sabemos demasiado de todas ellas, pero sabemos lo necesario
para echarlas de menos o para alegrarnos de que las hayan hecho
desaparecer. La Sirenita, Blanca Nieves, Heidi. Las niñas sin madre se
pasean por sus historias de ficción cada una a su manera. El padre casi
nunca sobra, porque les dan un papel mucho más permisivo: el que se
entiende que tienen los padres de ciertas épocas —silencio y a
consentir. La madre te pide que no pises lo fregado, que te abroches la
chaqueta, que te peines, que te laves los pies negros, que te acabes lo
del plato, que no llegues tarde. Te mandan y mandan y mandan. Eso no
queda bien en la ficción: hay que eliminar todo signo de autoridad. Una
niña obediente y que acepta todo lo que le dice a su madre no daría
nunca para un libro, una serie o una película. Lo tenemos claro: las
madres no quedan bien".
Jenn Díaz
Jot Down
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